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No busques la mente en blanco, abraza la quietud...


Muchos nos frustramos cuando empezamos a meditar tratando de poner la mente en blanco, hazaña difícil, casi imposible de realizar.


Cuando medites, en lugar de buscar desesperadamente una mente en blanco, observa lo que sucede en ella, observa tus pensamientos.


Imagina que estás afuera de ti observando tus pensamientos. Van a llegar muchos al principio, quizás demasiados. No te decepciones, es absolutamente normal que suceda. No luches contra ellos, acéptalos! Por medio de la observación reconoce que están allí y permíteles llegar, pero no te apegues.


Te estarás preguntando... ¿y cómo no me apego a mis pensamientos?


Pues bien, visualiza cada pensamiento como si fuese una hoja seca cayendo de un árbol, meciéndose con el viento, flotando en el espacio, y acercándose a ti con el impulso del viento. Apegarse a la hoja significa tomarla con las manos y analizar su textura, su color, su aroma, de qué árbol viene. No apegarse en cambio, significa apreciarla, saber que está allí, pero en lugar de tomarla y estudiarla, permitirle que continue el curso que el viento le da, y que se pierda en el horizonte.


Así, cuando llega un pensamiento, no piensas si está bien o está mal, ni te dejas llevar por él. Por ejemplo, llega a ti un pensamiento: "hoy en la noche debo preparar la cena para las visitas". Entonces, reconoces el pensamiento, sabes que está allí, pero en lugar de abrir la cerradura de su interior y empezar a planificar los ingredientes y recetas, simplemente le permites irse, hasta puedes decirle a tu pensamiento: "gracias, me ocuparé después". De esta forma liberas la hoja seca y tu mente poco a poco empieza a entrar en un estado de calma. No te desesperes, al principio llegará uno tras otro, hasta que el tiempo entre pensamientos disminuirá y finalmente te sorprenderás ahí mismo, en el instante... en ese momento lograste que tu mente se rinda!


Al inicio diez minutos de meditación nos parecen una eternidad, por eso lo ideal es iniciar con uno o dos minutos. Cuando finalmente dos minutos pasen de forma fugaz, entonces querrás quedarte un poco más en ese estado. Dos minutos se convertirán en cinco. Cinco se convertirán en diez y así sucesivamente. Quizás un día te descubras meditando por una, dos o tres horas. Pero mientras tanto, disfruta el paisaje con cada una de sus hojas y entrégate plenamente al ejercicio de observar!

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