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Tres regalos


Con la fuerza de Océano


Este año empezó con la fuerza del océano, porque ha movido toda la profundidad de mi tierra, porque ha traído calma e inmensidad a mi corazón, porque ha calmado la sed de mis carencias, porque ha tocado la piel de mi alma como la caricia de la espuma…


En enero me gradué como Health Coach del Institute of Integrative Nutrition. También en Enero me gradué de mi tercer Yoga Teacher Training, esta vez, en Rishikesh, India. Realmente no tuve mucho tiempo de procesar ni una ni la otra. Por un lado, la experiencia de estudiar durante todo el año teorías nutricionales, de salud alternativa, explorar e implementar nuevos hábitos en mi vida, empezar a desarrollar mi propia línea y estilo de trabajo con la asesoría de salud, empezar a ofrecer asesorías, y todo esto mientras continuaba viajando, mientras me aventuro en cambios abismales y constantes. Por otro lado, la experiencia de pasar durante un mes, el día entero inmersa en un horario inflexible, profundizando en conceptos y prácticas del yoga, mientras convivía con un grupo de casi 30 personas, siendo yo inevitablemente un lobo estepario. Por ser un tiempo de aprendizaje y emociones constantes y a veces descontroladas, no me dejaba mucho espacio para verme, para asimilarme y disfrutarme.


Sin minimizar ni hiperbolizar situaciones o aprendizajes pasados, sin el afán de comparar, sólo me animo a decir que estas dos experiencias me han llevado a reconocerme a un nivel más profundo que ninguna otra experiencia me ha llevado. Hoy sólo soy capaz de decir que me reconozco.


Hoy veo claramente a mi mente inquieta, la atrapo constantemente disparándose en todas direcciones, pensando en las respuestas, en lugar de escuchar las preguntas, pensando en lo que conoce, en lugar de saborear lo desconocido, proyectando futuros desconocidos, miedos, deseos, vacíos proyectados en historias de princesas nómadas y de sapos hippies. Atrapo a mi mente identificándose hasta con su propia sonrisa, con lo que ha hecho, con los planes y las metas.. identificándose hasta con el mismo ente interno que la observa. Y sólo puedo decir que está bien! Que la acepto y la abrazo, así descontrolada, le permito vivir el proceso de re-encontrarse, de reconocerse como lo que es. Y sus arrebatos de impaciencia, los abrazo también. Mi mente requiere disciplina, con ayuda del discernimiento y de la consciencia. Pero sobre todo requiere amor. Amor propio. Amor interno. Es por eso que la abrazo y le permito ser, y con cariño la tomo de la mano y la invito a mecerse con la brisa del aire que inhalo, y la dejo dormirse en la suavidad del aire que exhalo. La observo con ojos de amor, sin juicios ni expectativas, y así poco a poco, la dejo que me acompañe sin que su presencia me agobie.


Febrero, un mar en calma


Estos primeros días de Febrero, han sido los cimientos de un estado cristalino, donde las aguas del mar se quedaron en quietud y es posible apreciar hasta los distintos colores de cada granito de arena en el mar. He tenido que distanciarme un poco del movimiento, de las voces, de la compañía y el ajetreo energético, para poder escuchar mi propio barullo interno. Con tanta música afuera no era posible escuchar los gritos que había adentro.




Veinticuatro días construyendo hábitos compensatorios, donde el estrés y la falta de descanso apropiado, y los horarios sin piedad, atribulaban mis impulsos de sostenerme. En medio de tanto caos, podía ver como surgían necesidades que antes no existían, y así poco a poco fui incorporando a mi vida hábitos que ya había apaciguado, como la taza diaria de café, el azúcar, las galletitas de media tarde, el hablar más de la cuenta, comer sin hambre, acostarme tarde, dormir poco, el forzar mi cuerpo más allá de los límites… en fin, cuanto más observaba más podía comprender lo que sucedía, pero sabía que la única forma de detenerlo, era salirme de la rueda en la que me había subido. Pero como me había determinado a completar mis objetivos, simplemente terminé por abrazar el caos y con dulzura le abrí la puerta, le dije que podía entrar temporalmente, pero que pronto tendría que marcharse. Y así fue. El 31 de enero terminó el entrenamiento, y acompañé a mi caos hasta la puerta, nos despedimos y me quedé observando como se marchaba tranquilo.


El primer día de febrero retomé mis clases con Ushaji, mi maestra de Iyengar, y decidí que antes de volver a sembrar las rutinas y hábitos que le dan fuerza a mi ya existente felicidad interna, era necesario restablecer el equilibrio en mi cuerpo físico. Así, con pequeños cambios, mi energía y la integración conmigo misma se han empezado a reincorporar. Cambios tan pequeños como el no tomar café ni consumir azúcar, o el tomarme un instante para escuchar la diferencia entre ganas de comer y hambre, remover el despertador y permitirle a mi cuerpo descansar cuanto necesite, crear espacios personales para estar conmigo y no hacer nada, hablar menos y escuchar más. Tres días han pasado en los que he observado las reacciones de mi cuerpo y de mi mente a tales cambios, y me atrevo a decir que he regresado, que estoy de vuelta, y conmigo, la calma del mar.



Los tres regalos


Y con mi regreso, regalos han llegado desde el fondo del océano…


El primer regalo, fue la sal del mar. Las lágrimas que brotaron, no de alegría, ni de tristeza, pero de expansión infinita al escuchar a uno de mis maestros hablar el día de nuestra graduación. No estaba escuchando sus palabras, al contrario sentía la luz que expresaba su mirada mientras hacía su corto discurso. Fue el silencio que había en cada una de sus palabras lo que tocó mi corazón.


El segundo regalo fue el sonido del mar. Llegó durante una clase de música a la que asistí esta semana, en la que estuvimos durante una hora haciendo acordes con el harmonium y acompañándolas con mi voz. Yo no entendía muy bien porque lo hacíamos, la maestra no lo explicó, y yo no lo pregunté, pero su mirada me invitaba a confiar, y así lo hice, me entregué. Siete notas y tres sonidos repitiéndose una y otra vez, hasta que de pronto, el milagro sucedió. El intento de explicarlo con lo limitante de las palabras le resta nuevamente la magia a lo que realmente se gestó, pero como no tengo acceso en este instante a un lenguaje más expansivo que éste, pues me permito el intento. Lo que sucedió, tuvo una duración de no más de diez segundos, y se repitió quizás dos o tres veces más, pero la primera vez fue una gran sorpresa, me generó una experiencia interna que simplemente no me atrevo a explicar. Racionalmente lo que sucedió, es que el sonido del harmonium, específicamente cuando tocaba la nota “Sa”, que en la escala que trabajo corresponde al Sol, la vibración del harmonium y la de mi voz se solaparon, se entrelazaron, y de pronto dejaron de ser dos sonidos, dejaron de haber dos fuentes, o dos objetos que les creaban. No había separación entre el harmonium, mi pecho, mi garganta y mi boca. Y la vibración, el sonido que producíamos era uno solo. No eran dos sonidos que se escuchaban igual. No! Eramos un solo sonido.


Y el tercer regalo fue la omnipresencia del mar. Sucedió mientras recibía un masaje. En algún momento una mano se quedó reposando por algunos minutos en mi sacro… y de pronto el contacto dejó de estar en un sólo punto y se expandió a todo mi cuerpo. Pero no porque hubiese más manos apoyadas encima de mi, ni porque la mano se hubiese deslizado hacia otros sectores de mi cuerpo. Podría explicarlo como si mi sacro estuviese presente en todo mi cuerpo al mismo tiempo, y su multiplicidad resonaba como corrientes eléctricas que no tenían un principio ni un final, que no tenían un origen o un punto de partida, porque eran energía pura que estaba circulando en mi sacro, pero mi sacro estaba en todo mi cuerpo.


Sincronías sin predicción ni forma, tan sublimes que se pierden entre las palabras con las que intento compartirlas.


Quizás no hay motivo ni objetivo en expresar lo inexpresable, o en compartir lo irracional y lo intangible. Quizás el misterio de lo extraordinario se disipa al compartirse. Pero hay algo seductor y fascinante para mí en el proceso de encontrarme con las palabras que aún no conozco hasta que las manifiesto en el papel.


El mar sigue aquí, en mí, a través de mi, a pesar de que estamos físicamente tan distantes, en realidad no estamos separados, somos uno, el mar y yo, su fuerza y la mía, su delicadeza y la mía, su quietud y la mía… nuestra infinidad!

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