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De la influencia a la libertad


El ambiente nos influye


El ambiente en el que nos desarrollamos nos influye. Y esta influencia se arraiga sigilosamente más y más en nosotros proporcionalmente al tiempo que nos vemos expuestos a un espacio cultural-geográfico específico. Pero siempre tenemos la opción de ser víctimas u observadores.


Y es que el entorno en el que nos desarrollamos nos afecta de formas imperceptibles a la consciencia, en forma de pensamientos, juicios, reacciones, miedos, resistencias, que no están a la vista. Así también nos afecta en nuestra forma de alimentarnos, de comportarnos y relacionarnos con los demás, lo cual es una influencia bastante más tangible.


Si bien es cierto, hay mucho que podemos hacer para mantenernos en lo que llamamos nuestra verdad, en nuestros hábitos, en nuestras costumbres y creencias, o de una forma más sutil, en nuestra esencia e intuición. Pero es también cierto que si nuestra forma de vivir es muy distinta a la forma de vida del espacio geográfico-cultural donde nos desarrollamos, a veces terminamos aislándonos un poco de la cultura local o sino, adaptándonos poco a poco, casi siempre sin darnos cuenta, a la forma de vida de nuestro entorno, casi podríamos decir, que anulándonos parcialmente. A menos que aprendamos a ser observadores, y no un personaje del jurado, ni víctima ni condenado.



Apegados a nuestras ideas


Y cuando me refiero a que el ambiente nos influye, no sólo me refiero a elementos visibles como los hábitos alimenticios y actividades sociales, profesionales o económicas, las cuales definitivamente son parte esencial de nuestro desarrollo humano en sociedad. Pero me refiero también a nuestra estructura racional. Y ésta es precisamente la parte que quiero rescatar. Porque de alguna forma todos estamos apegados a lo que creemos, lo cual es entendible, pues eso en lo que creemos es nuestra estructura, es como decir las columnas que nos sustentan, los grandes pilares de nuestra identidad. Y esa estructura, si bien es cierto se ha ido levantando con información generada por experiencias internas, también se ha ido construyendo con las experiencias externas, esas mismas que nos modifican, nos influyen por detrás del telón, nos malean y se convierten en nuestras nuevas creencias, desde el inconsciente hacia la superficie, surgiendo como una necesidad de adaptación. Así, nuestras ideas se han modificado sin que nos enteremos, no así nuestro apego a ellas.




Somos seres sociales y queremos pertenecer


Permítanme aclarar con un ejemplo sencillo lo que expongo: Cuando viajo a India, sé que la forma de vestimenta es bastante distinta a la que utilizo en los demás países del mundo en los que transito o vivo temporalmente, y comprendo parcialmente los motivos por detrás de estos códigos de vestimenta. Sin embargo, siempre busco un punto medio entre mi ropa habitual y las tradiciones y cultura local. En India, los hombros de una mujer se consideran una parte muy sensual. Lo curioso, es que a pesar de que para mi un hombro descubierto no tiene absolutamente nada de ofensivo ni es algo sexual o atractivo de una forma distinta que mis manos o mis pies, cuando estoy en India, específicamente en Rishikesh, no logro sentirme completamente cómoda caminando por la calle con los hombros desnudos, a pesar de que varias extranjeras lo hacen tranquilamente. Al contrario, a mí me sucede que en alguna parte de mi interior se genera una intranquilidad, una culpa y auto-censura. Y entonces me pregunto “¿por qué?”.


La respuesta que viene a mí, es que somos seres sociales, y buscamos por instinto pertenecer al grupo social en el que nos desarrollamos, y ser de alguna forma aprobados por el entorno, a pesar de que buscamos preservar los rasgos individuales de nuestra personalidad, hay una búsqueda, en parte consciente y en otra gran parte fuera de nuestro control, de ser parte de algo. Y mientras no tomamos consciencia de esa parte inconsciente, seguirá estando escondida para nosotros, no sabremos cuando sucede, simplemente continuaremos siendo víctimas de ella. Pero una vez que, por medio de la observación sin juicio, tomamos consciencia del inconsciente, una vez que vemos lo que hay por debajo de la superficie, entonces somos responsables, nos toca decidir, tomar las riendas, y en esta responsabilidad yace nuestra libertad.



Pulir el lente del observador


Esta observación puede aplicarse a cualquier área afín a nuestra vida, inclusive a nuestras ideas sobre política, religión, educación, economía, y cualquier otra temática, por ejemplo, en mi caso personal, a las pre-concepciones o paradigmas sobre el camino del yoga.


Otra vez, tomando mi experiencia como ejemplo, he observado como de una forma tan sutil que es casi imperceptible a mi misma, hay variaciones en mis apreciaciones sobre lo que es y lo que no es el yoga, sobre lo que se debe y lo que no, lo correcto y lo incorrecto, y como mis apreciaciones se ven modificadas por el entorno, pero especialmente por lo que se genera de las experiencias.


Pero de pronto, un día sentada en silencio, recuerdo que mi experiencia de hoy puede ser muy distinta a mi experiencia de ayer, y a mi experiencia de mañana, y que ninguna de ellas invalida a la anterior. Cada una de estas experiencias no es más que un generador de información con distintos códigos. Y en ese reconocimiento desaparece la dualidad, deja de haber una separación entre las informaciones generadas y vuelven a ser una sola.


Este proceso se repite una y otra vez, me pierdo y me encuentro, me cuestiono y me entrego, lucho y me rindo. Es necesaria una presencia constante para ver más allá de lo tangible y sostenerlo, para soltar la necesidad de poseer un conocimiento, y de ver más allá de lo sutil que simula inmaterial, como la mente. La ecuanimidad está en la capacidad que tenemos de recordar que todo es UNO, y que lo que vemos no es más que nuestra experiencia humana, a través de un lente sin pulir.


Así, por medio de la ecuanimidad, pulimos nuestro lente y le permitimos a nuestra consciencia reconocernos como una Unidad, y aceptar nuestras necesidades humanas de ser parte, de pertenecer, de tener raíces, pero sin convertirnos en esa necesidad. De esta forma podemos decidir con discernimiento, qué de toda esta energía que se mueve a nuestro alrededor queremos incorporar como parte del juego para nutrir nuestra experiencia humana. La decisión consciente es nuestra mayor libertad!


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