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¿Comunicamos o asumimos?


Tener una buena comunicación no es lo mismo que tener la habilidad de hablar o de sostener una conversación extensa. Desde mi perspectiva, el aspecto más importante de una relación, es la comunicación, aunque es un área que ingenuamente obviamos.

En mi experiencia personal, no es hasta el día de hoy siento que soy un poco más consciente como para aprender a hacer el trabajo de comunicarme efectivamente. Hasta hace unos años entraba en relaciones con muy poca consciencia al respecto de mis tendencias mentales y emocionales, lo cual me hacía estar siempre en una posición de víctima.

Una comunicación efectiva es aquella en la cual somos capaces de expresar nuestras ideas y emociones, pero además, somos capaces de escuchar los pensamientos y sentimientos del otro, y por medio de la comprensión y respeto mutuo, encontrar aquellos puntos de encuentro y aquellos de desacuerdo y aceptar ambos con armonía.

Por supuesto, se escucha más fácil de lo que es en la práctica.

Evidentemente cuando comunicamos de una forma no consciente, o no respetuosa representa un gran problema, pero el reto más grande de la comunicación no está en lo que se dice sino en lo que no se dice.

Para poder comunicar lo que sentimos y pensamos, es necesario conocer lo que sentimos y pensamos, es decir, es necesario conocernos. Y como somos entes en constante cambio, es necesario hacer el trabajo de conocernos a nosotros mismos cada día. Este tipo de trabajo interno nos permite comprender con mayor profundidad las raíces de nuestras emociones, así por ejemplo, cuando nos molestamos con alguien es más fácil determinar si estamos irritables por algo que sucedió previamente. Por lo general, nuestras incomodidades emocionales tienen origen en eventos que no son visibles y que nos hacen susceptibles a reaccionar a otros acontecimientos, que bajo otras circunstancias no nos afectarían de la misma forma. Nuestro estado emocional alterado es el resultado de una cadena de situaciones que van acumulándose y creando incomodidades difíciles de expresar e inclusive de entender.

Muchas veces, cuando nos sentimos molestos, en lugar de comunicar lo que sentimos, lo que nos gusta y lo que no y porqué, comunicamos lo que pensamos sobre el otro. Por ejemplo, en lugar de decir: “me gusta cuando me abres la puerta del carro”, decimos: “qué poco caballeroso que eres”. Cuando esto sucede, atacamos verbalmente al otro. Esta situación que podría no tener mucha importancia termina por convertirse en un problema mayor pues, a menos que tengamos un gran trabajo de consciencia emocional, nuestra naturaleza es “la reacción”. Una vez que nos sentimos atacados, nuestro primer instinto es defendernos, y muchas veces en esa defensa, contraatacamos. Entonces, la conversación se convierte en un campo de batalla.

Miguel Ruiz en su libro “La maestría del amor” explica lo anterior de una forma metafórica que considero clarísima. Explica que cada uno de nosotros tenemos heridas emocionales que están abiertas, expuestas, a carne viva. Cuando alguien o algo irrita esa herida emocional, de la herida sale veneno. Ese veneno cae en la herida abierta del otro lo cual desencadena que esta herida se irrite y escupa más veneno, que cae directo en la herida del otro. Y así el ciclo se repite.

En muchas ocasiones asumimos que el otro entenderá nuestros mensajes subliminales o entre líneas, o asumimos que lo que es obvio para mí, será obvio para el otro. Pero la realidad es que muy pocas veces es así. Si yo asumo que mi pareja debe darse cuenta que cuando le pregunto que si me veo bien estoy esperando que me reafirme que me ve bonita, es muy posible que me termine frustrando porque él no percibirá mi mensaje. La frustración me llevará a comportarme de una forma distante, y mi pareja no tendrá idea del porqué. Tenemos que aprender a expresar lo que sentimos y lo que queremos, en lugar de los juicios que formulamos de los demás con base en nuestro sufrimiento.

Es fundamental expresar lo que estoy esperando en el momento en el que me doy cuenta de ello, y no cuando el tiempo pasa y la incomodidad queda archivada en algún cajón del subconsciente, pues las expectativas no satisfechas, por lo general salen a la superficie sin que uno se lo espere y se convierten en reclamo.

Las expectativas no son más que mis propios ideales acerca del otro, y no las responsabilidades implícitas del otro (que de paso desconoce).

Así, la comunicación implica entendimiento y aceptación de mis propias emociones, pero sobre todo, implica ser responsable por lo que comunico. La dinámica del diálogo florecerá acorde a mi claridad. Expresar lo que quiero y lo que siento, será siempre más efectivo, que expresar mis juicios y conclusiones.

Cuanto más limpiamos los cristales por medio de los cuales interactuamos, es más fácil percibir La Luz del otro y reconocer la belleza en lo que es en lugar de forzar las cosas para que sean como queremos que sean.

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